Libro Echeburúa

Violencia y trastornos mentales

M. Escudero

Revista Neurología, 2019;69:472

Reseña de publicaciones

Libro: Violencia y Trastornos Mentales. Una relación compleja. Enrique Echeburúa. Editorial Pirámide. 2019.

 

Catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa es miembro de número de la Academia Vasca de las Ciencias, las Artes y las Letras. Sus líneas de investigación se centran actualmente en el trastorno de estrés postraumático en víctimas de agresiones sexuales y en la ludopatía juvenil, realidades que requieren una atención específica y eficaz. Este libro es un manual donde se desmonta el estigma que asocia la enfermedad mental con un carácter violento: ‘considerar a las personas violentas como enfermos mentales supone una premisa que condena a inocentes e indulta a culpables’. Asimismo es un error grave confundir maldad con enfermedad; como remarca el profesor Echeburúa, ‘no hay que ver enfermos mentales donde solo hay malvados ni hay que ver malvados donde solo hay enfermos mentales’.

Otra cosa es que quienes hayan sido víctimas de un suceso violento tengan mayor riesgo de sufrir trastornos mentales. Cabe señalar que los protagonistas de las conductas violentas son sujetos normales con graves déficits psicológicos y de socialización. No se puede ignorar que la violencia se distribuye de forma irregular y no va a desaparecer de la faz de la Tierra, pero sí se puede reducir y en esta línea debe perseverarse. En primer lugar, hay que insistir en que nadie debe ser etiquetado ‘definitivamente por lo que hizo en el peor momento o en el peor día de su vida’, siempre que, lógicamente, no lo siga reivindicando.

Es preciso desarticular perniciosos prejuicios. Echeburúa recalca uno, el de los celos. Como en todo lo humano, hay grados. Hay celos patológicos y delirantes, pero ‘eso de que los celos son característicos de los latinos es una falsedad publicitaria’. Importa tener claridad en este asunto y ser coherentes para no caer en una trampa de estereotipos que abren la puerta tanto a la profecía autocumplida como al acoso que margina, daña, humilla, desquicia o genera deseos de venganza. Una automática y generalizada hostilidad hacia el ‘otro’ (un acoso por ser u opinar diferente al canon impuesto) alimenta trastornos ansiosos y ‘evitativos’, con sentimientos de inseguridad e inferioridad, miedo a sufrir humillación y temor a mostrarse tal como se es; activa, en modos opuestos, ira y sometimiento. Echeburúa habla del síndrome de Amok (concepto que hace medio siglo introdujo el psiquiatra Westermeyer: un estallido de rabia salvaje, tras un bloqueo depresivo). El autor recuerda un caso extremo, el del tirador de 19 años que se suicidó tras matar a ocho personas en Nebraska, a finales de 2007, y que escribió literalmente: ‘soy un pedazo de mierda, pero ahora voy a ser famoso’.

Profesores y educadores están impelidos, pues, a tomar conciencia del eco de las palabras y las actitudes; el fanatismo lleva al proselitismo intolerante. Cabe considerar que las conductas violentas se refuerzan cuando suponen ‘salirse con la suya’, pero no siempre son atribuibles a personalidades psicopáticas. El profesor Echeburúa señala que el psicópata violento es un problema social, no médico, y habla de un ‘fallo en la integración del mundo emocional con el razonamiento y la conducta’; adjunta una tabla con 16 criterios diagnósticos de la psicopatía.

Según el autor, ‘las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos perversos en la adolescencia’. Ocho o nueve de cada diez delitos violentos son cometidos por varones (‘la violencia grave en manos de las mujeres es una gota en el océano’), lo que no obsta para reconocer la existencia de violencias psicológicas más sutiles por parte de mujeres.

Con respecto a los delitos sexuales, se señala que representan el 1% de los delitos denunciados (hay que contar con el miedo posible a presentar denuncia de esos abusos). En España, los delincuentes sexuales suponían en 2016 el 5% de la población penitenciaria (3.265 presos), pero ocupan un espacio desproporcionado en los informativos. Echeburúa subraya que los violadores sádicos son pocos, pero muy reincidentes y peligrosos. En la violencia machista, los asesinos de pareja se suicidan en torno a un 20%.

Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se suicidan entre 800.000 y un millón de personas en el mundo. En España es la principal causa de muerte no natural (en una cifra muy inferior a la de Lituania, Rusia, Hungría o Japón) y la primera causa de muerte en los varones de 15 a 29 años (cada año se quitan la vida más de 300 jóvenes menores de 30 años; de cada tres suicidios, dos son cometidos por chicos, pero de cada tres intentos, dos son chicas). ‘Sin embargo, la tasa de suicidios española es más de diez veces mayor que la de víctimas de asesinato y más de dos veces que la de víctimas de accidente en carretera’.

Desde una consistente perspectiva educativa y psicológica, las apreciaciones del profesor Enrique Echeburúa permiten abordar del mejor modo algunos de los serios problemas que nos afligen.

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